Viernes 31 de Octubre. 21.00 Hrs.
Centro Cultural Waldo Orellana. Victoria.
Sábado 15 de Noviembre. 19.00 Hrs.
Sala Latente. La Serena.
Premios:
Web: www.8eyesfilm.com
Eight Eyes (Ocho Ojos)
Terror. Grindhouse.
Austin Jennings, USA, 86 m, 2023.
Elenco: Emily Sweet, Bradford Thomas, Bruno Veljanovski, Nenad Mijatovic, Jovan Ristic. Fotografía: Sean Dahlberg. Música: Devon Goldberg. Producción: Justin A. Martell, Matt Manjourides. Guion: Matt Frink, Austin Jennings.
Cass (Emily Sweet) y Gav (Bradford Thomas), una pareja estadounidense en crisis, emprenden un viaje por la antigua Yugoslavia con la esperanza de recomponer su relación. Lo que comienza como una travesía turística pronto se transforma en una experiencia inquietante cuando conocen a un misterioso lugareño apodado San Pedro (Bruno Veljanovski). Este personaje carismático y ambiguo se ofrece como guía, prometiéndoles una inmersión auténtica en la cultura local. Sin embargo, sus intenciones ocultan una red de rituales psíquicos, manipulaciones y violencia que arrastrará a la pareja a un abismo de paranoia y deshumanización.
Con Eight Eyes, Austin Jennings debuta en el largometraje con una propuesta que se desliza entre el cine de culto, el terror simbólico y el homenaje estético. Esta primera producción original del sello Vinegar Syndrome, conocido por preservar joyas del cine underground estadounidense, se inscribe en una tradición que evoca el giallo, el shock film y el proto-slasher, pero con una sensibilidad contemporánea que transforma el tributo en una experiencia para los sentidos. El entorno balcánico, mohoso, deteriorado, ajeno, se convierte en un escenario de terror físico y sicológico, donde la identidad se disuelve y la percepción se vuelve frágil. Jennings no narra: invoca. Y en esa invocación, el terror se vuelve un rito. La puesta en escena se compromete con lo retro, lo incómodo y lo ceremonial. Texturas visuales granuladas, sonido distorsionado y un montaje dislocado construyen una atmósfera que recuerda a los slashers baratos, la aberración cromática de Dario Argento o los delirios de Jess Franco, pero sin caer en la imitación. Cada plano parece diseñado para provocar una incomodidad ritual, como si el espectador participara en un trance colectivo. Y en ese gesto, la película se convierte en una alegoría sobre la pérdida de identidad, la disociación emocional y la imposibilidad de escapar del pasado.